2010/01/17

Amor - Coraje

Se ha cumplido la primera semana desde que Rebe y yo aterrizamos de nuevo en SD. El viaje no pintaba demasiado bien debido a las inclemencias meteorológicas más la paranoia provocada por el cabrón aquel que quiso volar el día de navidad un avión destino a Detroit (volar en el trágico sentido de la palabra... ahora espero se pase un buen tiempo en la sombra meditando su supina y religiosamente manipulada estupidez) pero al final resultó ser mejor de lo esperado.

Tras facturar y pasar los controles en Barajas, que incluyeron revisión de pasaportes y escaneado de equipaje de mano, y también un exhaustivo cacheo y nueva revisión del equipaje de mano (esta vez manual), el vuelo a New York fue muy suave. Una ventana de buen tiempo el domingo por la mañana en Madrid nos permitió salir sin retrasos. 8 horas y pico después, ya en nueva York pasábamos la aduana americana con alfombra roja ambos dos (cosas de pasar la aduana por primera vez como familia). Después más controles, los habituales esta vez, y refacturación de maletas con destino a SD. Nuevamente buen tiempo y salida en el horario previsto desde el aeropuerto JFK. Unas 7 horas más tarde recogíamos el equipaje en el aeropuerto de la ciudad que nos acoge. Taxi a casa, salida a comprar lo mínimo necesario para una frugal cena y a la cama a disfrutar del merecido descanso. De puerta a puerta un total de 21 agotadoras horas de viaje.

He dejado pasar estos días para hablar de las sensaciones suscitadas en este viaje de reencuentro con España y “mis gentes”. Me gustaría decir que conscientemente para que las palabras suenen más meditadas, pero en realidad más bien obligado por cansancio provocado por el binomio trabajo más jet-lag y la necesidad de invertir el tiempo en coger de nuevo el ritmo de la vida en SD (lavadoras, compras y demás menesteres).

Así que aquí estoy y no se muy bien por donde comenzar. Todas las veces que me he puesto a pensar sobre lo que os quiero contar no he sido capaz de ordenar mis ideas de una manera coherente, así que lo iré haciendo sobre la marcha según escribo (bendita característica del lenguaje escrito).

World Map - Spain

Me he dado cuenta, revisando otros blogs de expatriados españoles y las entradas que suelen hacer en sus viajes de retorno a sus países de acogida, que la relación que nos une a nuestra patria es mayormente una relación de amor – odio. Yo voy a sustituir la palabra odio (que es muy fea) por coraje:

Amor – Coraje pues.

Yo no me aparto de la norma tampoco. Si es el sitio que dejamos atrás o nosotros los que cambiamos es una discusión para mi banal. Ambos lo hacemos. Los sitios cambian, a mejor a veces, a peor otras, y nosotros vamos acumulando vivencias que afectan nuestra manera de percibir las cosas y casi inconscientemente nos hace plantear odiosas comparaciones.

Cuando alguien ama idealiza, y en ese sentido quizá tenga a Barcelona y Madrid idealizadas. Demasiados recuerdos y momentos mágicos en ambas dos ciudades como para no verlas con buenos ojos o reconocer una manifiesta parcialidad.

No puedo evitar ver a las dos ciudades como un crisol de gentes y culturas diez veces más interesante que ninguna ciudad del Oeste de Estados Unidos que haya visitado, y cada visita a casa me lo reafirma más y más: Más complejas, con más capas, con más rincones interesantes. Me sorprendí muchas veces a mi mismo imaginando que alguno de mis compañeros americanos me acompañaba, preguntándome que sentiría si él pudiera ver y vivir lo que yo en esos momentos. Si estarían maravillados o si simplemente les parecería una bonita curiosidad demasiado ajena a su vida como para apreciar que no es una curiosidad, que es una realidad de España.

Me refiero por ejemplo a esos momentos de tapas por la latina, en sus bares y restaurantes, con su vida y en esas maravillosas callejuelas del Madrid antiguo. De los paseos por el madrid de los Austrias, por la plaza mayor llena de puestos navideños o por el reformado mercado de San Miguel...

Estos días de lluvia incesante y agenda apretada no me he sentido extranjero ni guiri ni expatriado ni extraño. Me ha sorprendido la naturalidad con la que volvía a adaptarme al transporte público como parte de mi vida en España. Tampoco me he sentido amenazado ni acosado por carteristas y mangantes, y ni siquiera me he sentido extraño oyendo hablar a todo el mundo en lenguas que entiendo (esto se que lo van a entender mejor otros expatriados).

Tan sólo una escapada de fin de semana con mi primo David y su prometida Meri (desde aquí un beso bien gordo!) nos llevó a ver algo distinto y desconocido. Tuvieron a bien llevarnos a Rebe y a mi a S'Agaró en la Costa Brava, y darnos un paseo por el precioso Camí de Ronda y después también por el señorial y restaurado casco antiguo de Girona, que nos sorprendió gratamente a ambos. Pensaba yo en esos momentos que usando nuestra sorpresa como baremo a ese compañero americano imaginario e invisible que me acompañaba en este viaje debía sin duda fascinarle.

No iba a gustarle tanto sin embargo la conducción y las carreteras, que se me antojaron más que nunca una auténtica locura, quizá por el tiempo que llevo fuera y por el hecho de ser yo mismo conductor ahora. Todo demasiado rápido, brusco, las distancias de seguridad mínimas, la gente nerviosa, la cortesía inexistente. Cada trayecto sin accidente una vez más tentada con suerte la paciencia de la diosa fortuna.

Y en cuanto a la gente? Bueno, no vi a todos lo que quisiera, y algunos ni siquiera me devolvieron la llamada perdida. Pero es lo que hay. Yo mismo me puse a limpiar el teléfono móvil de contactos que ya había olvidado o que ya no me importaban y desapareció la mitad de mi agenda. El tiempo y la distancia también desvanecen a otros.

El caso es que a la gente que vi lo hice con mucho gusto y mucho menos de lo que hubiera querido, y aún así me fue imposible dedicarles más tiempo. Una de las peores cosas que tienen estos viajes de vuelta a España es la apretada agenda y el stress de intentar cumplir con todo el mundo. Todavía te llevas tus disgustos por que alguna gente se te enfada por no poder dedicarles más tiempo, pero son disgustos pequeños, por que en el fondo sabes que es por que te aprecian y te quieren y no te prodigas mucho en sus vidas.

A los amigos de verdad les reconoces por esa sensación de que da igual el tiempo que pase o los momentos juntos que te hayas perdido, siempre es como si fuera ayer, siempre es como estar en casa.

A la familia la he encontrado más o menos como siempre. En Madrid mi madre haciendo de madraza conmigo pase el tiempo que pase y tenga los años que tenga; mi tía igual de cabezota sobreviviendo como puede con su tiendecita de ultramarinos de mercado y mi abuela sorprendentemente recuperada de la operación a corazón abierto de unos meses atrás; mi hermano Victor, haciendo números para ser el más friki de la familia, con sus colecciones de comics y figuras de gijoes, caballeros del zodiaco y de war hammer, y constantemente pegado a los juegos online.

En Barcelona las mayor sorpresa me la llevé con mi hermano Pau, que en estos dos años ha pasado de ser un crío a un chaval, y me saca una cabeza y por supuesto ya anda con sus primeros flirteos con el bello sexo. Mi padre como siempre, cocinero sin igual y entretenido en la construcción de su casa, más tranquilo desde que se pre-jubiló la verdad; Pili sana como una manzana, que no es poco, y volcada de corazón en ayudar a la gente con flores de bach; mis tíos fumando como chimeneas pase el tiempo que pase, y derrochando cariño por su sobrino preferido también pase el tiempo que pase (ese soy yo je je!); mi prima guapísima y más adulta y mi primo totalmente encarrilado y predecible, y feliz como un ocho también... cuando me descuide me hace tío madre mía!

El momento más duro del viaje (aunque breve) fue ver la casa de mis yayos desmantelada por que mi prima va a pasar a ocuparla. No por el hecho de que ella se vaya a vivir allí por supuesto, si no por el hecho de ver la casa que recuerdas desde pequeño despojada de la figura de tus abuelos, y de todo lo que la caracterizaba, desde las fotos familiares de la entradita, al cabecero de su cama lleno de enchufes, agujeros y cables, a las guindillas que crecían lustrosas en los maceteros del balcón, al tapete sobre la mesa donde mi abuela jugaba sus solitarios...

Con todo he vuelto a una España en plena crisis y la situación personal de gente que conozco arranca de cuajo los velos idealizadores del reencuentro. Me da coraje ver como las cosas siguen funcionando, como España podría ser un gran país donde vivir si los que la dirigen no hubieran puesto las primeras piedras primero y después permitido la escalada brutal en los precios de las viviendas y el consiguiente hostión económico, y el consiguiente maremagnum de desgracias personales de gente crédula, sobreconfiada y dócil (lo siento si no me da coraje por los avariciosos, esos que se jodan).

Me da coraje que no se haya cuidado mucho más la inmigración, y el abuso que algunos sectores empresariales han hecho de ella. Donde yo estoy, si no tengo trabajo me tengo que volver a mi país. Así de simple y racional. Da coraje por que cada vez los servicios son peores, lo mismo que los sueldos, la sociedad está más encabronada y resentida. Que bien se viviría en España si los sueldos fueran tan europeos como lo son sus precios!

España sería un gran país si los políticos fueran más honestos y la corrupción (en sus dos variantes, la conocida que es la punta del iceberg que asoma sobre las aguas, y la desconocida que destroza, rasga y hunde realmente las buenas iniciativas que harían de España un país mejor) no fuera la norma si no la excepción. Si las instituciones funcionaran de verdad y hubiera los funcionarios que de verdad se necesitan, y si muchos de ellos comprendieran que el haber pasado una oposición no es una carta blanca, ni una razón, ni una excusa. Si todo el dinero invertido en perpetuar un sistema que no funciona se hubiera invertido en renovarlo y cambiarlo, para que España dejara de ser un país con un millón y medio de parados en las épocas de bonanza más espléndidas y de cuatro millones en las malas, con un cuarto de su economía sumergida, que se pone en entredicho con razón y que es objeto de chanzas mil al tomar posesión de la presidencia económica europea.

Por último me da coraje no percibir un buen futuro para Rebe y para mi si volviéramos a España.

Que tenga que decir eso me da mucho coraje.